Un buen poema no promete una buena canción, y ni siquiera resuelve una canción cualquiera. Hasta los criterios menos válidos avalan que la alta poesía cede mal como cancionero, o muy adversamente. Mejor van a la horma de lo cantable los poemas malos, o decididamente simples. Rueda por ahí, sin embargo, una excepción suprema, con fija prosperidad apabullante. Se trata del poema 'Pequeño vals vienés', joya de ese edén de deslumbramientos que es 'Poeta en Nueva York', de Lorca, donde la metáfora incluye el susto y la imaginación navega un infinito. Arranca así a escribir Federico: «En Viena hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte y un bosque de palomas disecadas». Lo que sigue no decae. Cualquiera que...
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