Ante el comienzo de la temporada de hace un siglo, los picadores se unieron para reivindicar mejoras en sus condiciones laborales. El conflicto, que llevó a la suspensión de varias corridas de toros y novilladas en diversas plazas, tuvo su epicentro en el viejo coso madrileño de la carretera de Aragón, en donde los matadores se vieron solos en el ruedo, en lo que para ABC resultó una capea con aires de mojiganga. El domingo 20 de febrero de 1921 se anunciaba el segundo festejo de la temporada. Toros del heredero de Gregorio Campos para Jumillano, Barajas y Antonio Márquez, y en un tono irónico comenzaba la crónica abecedaria firmada por M. R.: «Los caballeros del castoreño habían solicitado de los matadores que les pagaran un poquito más caros los marronazos que suelen propinar a los toros y las costaladas que estos les propinan en justa correspondencia». Los matadores no aceptaron y los piqueros, «con la más completa satisfacción de los caballos, acordaron declararse en huelga. Los banderilleros, por solidaridad con sus compañeros, se declararon de brazos caídos y un banderillero con los brazos caídos es algo tan inútil como tomar un tranvía cuando lleva uno mucha prisa». Convulsa estapa social En pleno conflicto, uno de los muchos que salpicaban todos los sectores en aquella convulsa etapa social, llegó el día del festejo y los matadores se solidarizaron también entre ellos e «inspirándose en Juan Palomo, decidieron hacérselo ellos todo». Y continuaba el relato: «Este conflicto taurino-social, que dio cierto interés de curiosidad a la corrida del domingo es de suponer que se resuelva fácilmente por la conveniencia de todos, a no ser que los toros, víctimas propiciatorias de esta fiesta, se pongan de acuerdo alguna vez, y para defender su existencia determinen plantear un lock-out, o lo que es igual; que se decidan a no embestir, y en ese caso el conflicto sería de mayor trascendencia». En el paseíllo, tras los matadores, en calidad de peones los también matadores Saleri, Emilio Méndez y Carnicerito, y los novilleros Torquito II, Marquina, Rodalito, Rey, Mella y Castejón. Sonaron palmas abundantes y algunos pitos, pero quedó demostrado que los huelguistas no tenían muchos partidarios en el público». «No nos divertimos nada, la lidia se deslizó incolora, insulsa, aburrida en una tarde fría y bajo un cielo plomizo que estuvo derramando una lluvia fina y recalaera. No, esto no puede persistir, o se arregla el conflicto, o se suspenden las corridas. Mojigangas, no». Recado al público Los seis bichos, «terciados, carretones y no muy sobrados de bravura. Con piqueros en el ruedo quizás hubieran oído algún trueno». El primer tercio, una capea, las banderillas lo más interesante y los toreros voluntariosos y valientes para salvar la tarde. Finaliza la crónica de ABC con un recado al público «amado y sencillo: Unas veces son las empresas las que te toman el cabello, otras son los ganaderos los que se ríen de ti, quitando bueyes al trabajo para dártelos por toros de lidia; en ocasiones son los fenómenos que no se arriman ni tras tirones, y alguna vez son los piqueros y los peones los que se incomodan y te hacen ver una capea con nombre de corrida. Por unas cosas o por otras, tú pagas siempre las consecuencias. ¿No será llegada la hora de que pienses también en declararte en huelga?». Aquel mismo día se suspendió la novillada anunciada en Barcelona, y al domingo siguiente, sin alcanzarse aún el acuerdo, el festejo de Castellón lo toreó Manuel Granero en solitario tras una manifestación hasta el Gobierno Civil en protesta contra la suspensión, que las circunstancias aconsejaron revocar. Bilbao y Barcelona también se vieron afectadas, hasta que las aguas volvieron a su cauce.
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