Ya es raro que una democracia celebre la efeméride de un golpe de Estado, aunque lo ganase, pero más extraño resulta que en ese aniversario no se halle, estando vivo, el hombre que hizo fracasar el cuartelazo. Todos los que van a asistir hoy al Congreso le deben a Juan Carlos I la simple posibilidad de estar allí sentados, incluidos los que siguen queriendo ver sospechas sobre la actuación del monarca en aquella madrugada de presentidos cuchillos largos. A estos contumaces nostálgicos de lo no vivido quizá sus padres no les hayan contado con el detalle preciso el miedo que pasaron, la angustia de los teléfonos sonando en vano, las horas de congoja pendientes de la radio, las calles desiertas...
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