Alberto Edjogo: «En África, más que de fútbol y política, se habla de fútbol y vida»

Cuenta Alberto Edjogo-Owono (Sabadell, 1984) en su libro «Indomable» (Panenka) que una de las cosas que aprendió de su experiencia como internacional por Guinea Ecuatorial es que «el fútbol en África es pura diversión». Una máxima que, al mismo tiempo, choca con la trascendencia que puede adquirir un partido en el continente, cuando noventa minutos son el preámbulo de una revolución, detienen una guerra civil o llevan a un jugador al cielo o al infierno en función de si marca o no un gol. Algo así le ocurrió al camerunés Wome, al que le destrozaron la casa y el coche por fallar un penalti que habría clasificado a su país para el Mundial de 2006. Indomable (Ed. Panenka)Porque la historia de África, desconocida para la mayoría, se puede comprender en muchos casos gracias al fútbol. Sirva también de ejemplo Zaire, actual República Democrática del Congo, que fue el hazmerreír en el Mundial de 1974 después de que Ilunga saliera de la barrera para golpear una falta que aún no había sido ejecutada por Brasil. Lo que entonces pareció el reflejo del desconocimiento de las reglas por parte de los africanos, escondía en realidad el miedo hacia el terrible y estrafalario dictador del país, Mobutu, que les había amenazado en caso de ser goleados. «Nos dijeron que si perdíamos por cuatro goles o más, ninguno de nosotros podría volver a casa», confesarían después. Esta historia y muchas más están recogidas en el libro de Edjogo, quien atiende a ABC. —¿Qué hace tan especial al fútbol africano? —El fútbol africano tiene un componente que no tiene en otras latitudes. En la mayoría de lugares de África no hay una oferta de ocio tan amplia como en otros continentes: el teatro, el cine, pasear, etc. Eso no existe, por lo que el fútbol se convierte en una válvula de escape, en un oasis donde te olvidas de tus problemas. En África te levantas por la mañana y no sabes si habrá un plato de comida en la mesa. Hay una especie de limbo cuando hay partido y es lo que lo hace tan especial y permite saborearlo tanto. Además, en los países africanos que han sido sometidos a la colonización, el fútbol sirve para generar una identidad colectiva. —Cuenta en el libro que, si bien por un lado el fútbol en África es una fiesta, un partido puede llegar cobrar una trascendencia descomunal. ¿No es contradictorio? —En África hay más de cincuenta países y no se debe generalizar, pero mayoritariamente la esencia del fútbol es el disfrute, el aquí y ahora sin mirar a largo plazo porque, a veces, ese futuro es incierto. Pero es verdad que los partidos cobran una trascendencia brutal. Escribe Frédéric Kanouté, que hizo el prólogo del libro, que igual que una victoria te ensalza, una derrota te vuelve un villano. Esa responsabilidad se siente cuando vives un partido entre Ghana y Nigeria, que es un choque de colosos. Se disfruta previamente, cuando se habla de los jugadores, los onces, de partidos históricos... Esa mística que envuelve a la previa se transforma cuando llega el partido, y si pierdes, tienes un problema. La parte festiva la ubico en la previa, pero cuando llega el partido te estás jugando mucho, la honra de un país entero. Tienes a millones de personas a tus espaldas que si pierdes ese partido lo van a pasar muy mal. —Parece inevitable separar el fútbol africano de la política. —La diferencia con Europa es que en África, más que de fútbol y política, se habla de fútbol y vida. Porque si hay un dictador que no deja votar a las mujeres, que no da trabajo a los jóvenes, que no deja una serie de libertades… Eso más que política es pura vida, pura libertad. Está el ejemplo de las famosas revueltas de la Primavera Árabe, que empiezan en Túnez y Egipto con el fútbol como epicentro; o el caso de Didier Droga, que va a hablar con el presidente de Costa de Marfil para decirle que hay que parar la guerra. Eso da a las estrellas del fútbol una fuerza que no tienen en otros lugares. —¿Cómo se relaciona el fútbol con la descolonización? —A partir de la Segunda Guerra Mundial, África dejó de ser una prioridad para Europa y empezó a experimentar una ocupación menos laxa, menos asfixiante, por parte de las potencias europeas. Es un momento en el que nacen grandes pensadores como Nkrumah. el primer panafricanista que dice que esta es nuestra casa, nuestra tierra. ¿Por qué tenemos que ceder nuestros recursos naturales a esta gente? También está Gadafi, en Libia, que aunque ha tenido una vida muy controvertida, con episodios muy oscuros, se erigió como gran líder panafricanista. Aparece la CAF. una asociación panafricanista que engloba a todo el territorio y que empieza con países que estaban libres como Egipto, Sudán, Sudáfrica o Ghana. Van promoviendo ese sentimiento de libertad. Por ejemplo, en el Mundial del 66 solo había una plaza para África y Asia, y Nkrumah, presidente de Ghana, promovió un boicot para tener una mayor representación en el torneo. Esto ocurre en el 65, cuando el proceso de descolonización se va haciendo mucho más fuerte. Cada territorio va forjando su identidad y se va deshaciendo de ese yugo colonial, a veces a través del ejército, de la cultura; pero también del fútbol. —Tuvo la ocasión de jugar con Guinea Ecuatorial. ¿Cómo fue aquella experiencia y cómo le ayudó a entender el fútbol africano? Alberto Edjogo fue internacional por el país de su padre, Guinea Ecuatorial - Foto cedida por Alberto Edjogo —Seguramente sea la mejor experiencia individual de mi vida, más allá de ser padre. Yo nací en Sabadell, pero mi padre es ecuatoguineano, de un poblado del interior, Niefang. Llegó en los años setenta con unas becas para los mejores estudiantes del país que podían venir a estudiar a una universidad en España. En cuanto a mí, mi relación con África se limitaba al típico bautizo de un paisano, una comida navideña, la música que sonaba en el Seat Ibiza de mi padre o alguna comida especial como pollo con cacahuetes. Cuando voy por primera vez a África me cambia por completo la mentalidad: conozco a primos hermanos, a tíos de sangre y pienso: si mi padre tiene ocho hermanos y solo él está en España, eso quiere decir que yo tengo una suerte de la leche porque estadísticamente lo normal es que yo estuviera aquí y no hubiera tenido tantas oportunidades. Por otro lado, me ayudó también a ver la otra cara, pues en España nos explican que Guinea fue una colonia y luego una provincia, que se extrajo el cacao y se evangelizó, pero no tenemos la otra visión. A mí me cambió la vida y me empecé a interesar mucho más por el contexto africano. —¿Hay muchos prejuicios en torno al fútbol africano? —Algunos son reales; otros, como el del típico centrocampista africano negro que solamente corre, choca y no sabe dar un pase, son falsos. Luego ves a jugadores como Thomas, Ndidi o Anguissa. El color de la piel no determina la calidad. Son más reales los tópicos que giran en torno al tema de la corrupción en las instituciones. Muchas federaciones no tienen capacidad de ingresar por lo que dependen directamente de su gobierno y si, por ejemplo, tienen que jugar un partido de clasificación contra Marruecos y no hay dinero para el viaje, se suspende el partido y estás eliminado. Luego ocurre que el presidente da seiscientos mil dólares, de los que llegan solo quinientos al ministerio de Deportes, cuatrocientos a la federación y trescientos al equipo. ¿Dónde está el dinero que falta? Esto es una constante que sigue pasando. Hemos visto a selecciones africanas montar auténticos circos en Mundiales porque la pasta no ha llegado. Pasó con Angola en 2006, que a punto estuvo de no participar en el Mundial, y pasó con Camerún en 2014, cuando debutaban el miércoles y el martes por la mañana estaban todavía en su país porque no les habían pagado lo que les habían prometido. —¿Qué selecciones están trabajando mejor? ¿Es factible pensar en una final de un Mundial con un país africano? —Creo que es difícil que eso se dé por el simple hecho de que, si nos fijamos, las grandes selecciones europeas como Bélgica, Francia o Inglaterra tienen a muchos futbolistas de origen africano. Esa genética, esa calidad, esa potencia física ya la tienen de antes, pero con la diferencia de que están mejor entrenados. Hay casos como el de Moukoko, que metió su primer gol como profesional con apenas 16 años, que nació en Camerún, llegó a Alemania con diez años y va a jugar con la selección alemana. O los ejemplos de Ansu Fati o Camavinga. Todos van alejando las distancias entre selecciones. En cuanto a países, Marruecos y Egipto están trabajando bien, y luego hay una selección que tiene una estigma, que es que nunca ha ganado nada, que es Mali, un combinado con mucho talento que en momentos finales no termina de dar el paso. Por otro lado, siempre están Senegal, Nigeria o Ghana. —Menciona a Ansu Fati o Camavinga, también está el caso de Munir. Cada vez más jóvenes africanos juegan para selecciones europeas. —Es por ese afán de los europeos de no perder talento. Incluso Del Bosque pidió disculpas por el tema de Munir y eso le honra. Munir había jugado con inferiores con España, y entonces se lesiona Diego Costa, creo, y en lugar de llevar a Aduriz, por ejemplo, decide llamar a Munir que apenas había jugado tres partidos en Primera porque así se aseguraba que no iba con Marruecos. Jugó quince minutos contra Macedonia y automáticamente se quedó bloqueado. Hay gente que dice que fue su decisión y que tiene que lidiar con ella, pero era un chaval de dieciocho años que vio una gran oportunidad y tuvo que tomar la decisión en pocas horas. La FIFA está trabajando para que no se repitan este tipo de casos. Otro caso flagrante es el de Ansu Fati, para el que se convocó un Consejo de Ministros para hacerle pasaporte, cuando un trabajador de a pie tiene que estar diez años trabajando. Evidentemente es el poder del fútbol y por ese es el deporte rey. —Respecto a los jugadores africanos que deciden jugar con otras selecciones, ¿ve cierto aprovechamiento por parte de los europeos? Me vienen a la cabeza esas escuelas que algunos clubes tienen en África, que si bien escolarizan a muchos niños, también utilizan para sacar de ahí nuevos talentos. —Es algo que los países europeos han hecho siempre: coger la materia prima de un continente muy rico en recursos naturales, llevársela, pulirla, meterla en una caja y venderla a precio de oro. Y con el fútbol no va a ser menos porque es un negocio donde una materia prima bien pulida puede llegar a valer mil veces. Está el caso de Mané, que se va al «Génération Foot», la escuela que el Metz francés tiene en Senegal, lo hace bien y al mes se va al Salzburgo, luego al Southampton y acaba en el Liverpool siendo uno de los mejores del mundo. Hay escuelas que sé que hacen un muy buen trabajo y sacan a los niños de situaciones muy complicadas, pero en otras hay un negocio paralelo que es sacar jugadores a paladas, llevarlos a Europa a hacer pruebas y cuando no funcionan, dejarlos tirados en la calle. En estos países de África no hay categorías inferiores potentes, por lo que estos jugadores no se pueden desarrollar, están en la escuela y directamente prueban en algún equipo local con quince años y automáticamente dan el salto a Europa. —¿Existen diferencias notables entre el futbolista africano y el europeo? —África es muy extensa y se puede dividir en muchos tramos. En la parte occidental, en Ghana, Costa de Marfil o Nigeria te vas a encontrar a jugadores físicamente muy potentes. En Nigeria, en concreto, tienes perfiles de extremos como de Chukwueze. Ghana, tradicionalmente, ha sido una gran fábrica de centrocampistas: Essien, Thomas, Muntari… Luego hay dos teorías: la primera dice que el jugador africano, una vez ha llegado, se aburguesa; otra que habla de que siempre tiene hambre. Hay un documental de Mané en «Rakuten» donde explica que él se acuerda en cada jugada de su poblado y de sus dificultades. Siempre con la responsabilidad de devolver a África todo lo que le han quitado. —Cada vez hay más jugadores africanos en Europa, pero los entrenadores siguen brillando por su ausencia. Incluso en África se apuesta muchas veces por europeos. —Esta es una de las críticas que sufre el fútbol africano desde dentro, porque una cosa es un entrenador europeo de nivel y otra cosa es fichar a europeos que vienen pasados de rosca, que llevan tiempo fuera del escaparate y tienen unos conceptos futbolísticos obsoletos. Ellos no tienen la culpa, claro, les pagan y van. Sin embargo, hay algo interesante y es en que la última Copa de África de 2019, los dos seleccionadores finalistas, Belmadi en Argelia y Cissé en Senegal, son nacidos en ese país. A nivel de clubes, también es positivo que el Al-Ahly, el mejor equipo de Egipto y algo así como el Real Madrid de África, está entrenado por Mosimane, que es sudafricano. —¿Se puede vivir del fútbol en África? —Hay excepciones, como en Sudáfrica, donde hay un «modelo Premier League»: se cobra bien, los equipos son potentes, se gasta dinero en realización… En otras ligas, como en el Congo, hay un par de equipos interesantes porque hay un tipo que pone la pasta. En Guinea Ecuatorial, por ejemplo, la liga depende mucho del Estado, así que lo mismo se juegan cuatro meses de competición, se acaban los fondos y se queda colgado todo. El salario sería algo normal para vivir, pero no te haces una superestrella. —¿Qué significó el Mundial de Sudáfrica para el continente? Foto de archivo de 2004: Mandela celebra con la Copa del Mundo la elección de Sudáfrica como sede del Mundial de 2010 - AFP —Fue una manera de demostrar que África también podía hacer las cosas bien. Recuerdo a un obispo sudafricano, que fue premio Nobel y era amigo de Mandela, que dijo: ‘Lo lamento por todos aquellos que presagiaron un desastre’. Recuerdo que se habló mucho de que a una expedición de periodistas le habían robado dos portátiles y parecía aquello el reflejo de que no podían organizar nada. Si nos ceñimos a la extensión que tiene Sudáfrica, a la dificultad para ir de un lado a otro, a los problemas raciales que ha tenido el país, al «apartheid» que ha sufrido... Supuso un empuje brutal y un impulso a la identidad de la que hablábamos antes. Lástima ese resbalón de Gyan que habría dado el pase a las semifinales a Ghana. Habría sido la leche que por primera vez en la historia una selección africana llegara a una semifinal precisamente en tu propio territorio. —¿Qué historia recogida en su libro le gustaría que se conociera? —Hay unas cuantas que están bien. La de la Primavera Árabe de Egipto: cómo la afición del Al-Ahly se rebela contra Mubarak. O el tiroteo al autobús de la selección de Togo, cuando Adebayor casi pierde la vida. Pero la que me gusta más es la historia de Zambia: un accidente de avión fatal y fatídico que arrasa con casi toda una selección que estaba creciendo y estaba empezando a ser importante en África. —Para terminar. ¿Qué podría copiar el fútbol europeo del fútbol africano? —Un poco más de libertad. La gente que vaya a leer esto tendrá sobrinos o hijos que juegan al fútbol y, cuando hay un entrenamiento, es lo típico de vayas, cintas, control-pase, control-pase... Se limita un poco la creatividad porque hay unos parámetros y una metodología y parece que todo el mundo tiene que jugar igual. Hay menos espacio que en África para la imaginación y se penaliza más a quien intenta regatear cinco veces y pierde un balón. Se da demasiada importancia a la metodología, la disciplina, la táctica y lo físico.

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