«Ver mucho, oír más y callar», las virtudes del buen aficionado a los toros desde el siglo XIX

La denominación de 'buen aficionado' ha sido siempre un distintivo para la persona que se le reconocía tal grado entre los amantes de la Fiesta de los toros. Entre el público afín a la tauromaquia, como entre los profesionales taurinos, siempre se ha dicho que hay a quien le entra el toreo en la cabeza y a quien no. Y esto ha sido así desde los tiempos más remotos. En 1879 se publicó el 'Gran Diccionario Tauromáquico' del erudito y estudioso Sánchez de Neira, una obra que comprendía todas las voces técnicas en el arte, la historia y las suertes del toreo, además de biografías y semblanzas de lidiadores, ganaderías, escritores y artistas vinculados a la Fiesta, y en donde se hace una minuciosa descripción de los distintos tipos de aficionados a los toros, así como de las cualidades que deben jalonar a quien aspira al grado máximo de afición. Todo lo que se escribió en la segunda mitad del siglo XIX ha permanecido, y permanece, vigente hasta la actualidad. «Hay aficionados que se llaman así ellos mismos porque van a menudo a las corridas de toros, pero que no ven, o mejor dicho, no entienden lo que ven», y a partir de esa primera clasificación, incide en que para este tipo de aficionados, «como para el vulgo, todas las suertes son iguales, y se pagan más del éxito o resultado que ofrecen, aunque sea por casualidad, que del modo con que se ejecutan». Antojos de un silbante Pero no quedan ahí las cosas para Sánchez de Neira: «No aprecian las condiciones del ganado, porque no las conocen; y las condiciones más recomendables del lidiador no las estima en nada si no llevan el sello de la temeridad», y remata: «Aplaude más al torero que salta, corre, va y viene sin ton ni son, estorbando las más de las veces, que al diestro inteligente que para y siempre está en su puesto, y él mismo se divierte y atiende con preferencia a una gritería en el tendido contra los antojos de un silbante o la mantilla de una cursi, que a la ejecución de la mejor suerte del arte”. Obviamente, «hay otra clase aficionados que saben lo que ven, pero a quienes domina la pasión, y emplean su inteligencia en elogiar constantemente a determinados toreros en todo y por todo, aunque alguna vez cometan un error, y en censurar a otros, por más que en ciertas ocasiones reten a gran altura». Sobre estos dos tipos de aficionados, asegura Neira que «a unos y a otros se les conoce con facilidad, especialmente por los entendidos». El aficionado inteligente Y llegamos al grado más alto entre la afición. «Por último hay, aunque son muy pocos, aficionados inteligentes que, a fuerza de años, conocen perfectamente las condiciones e inclinación de las reses, lidia que requieren, y cualidades que distinguen a los lidiadores; pero, por desgracia, rara vez pueden emitir su opinión, por temor a que algún novel o intransigente aficionado le desmienta o quiera disputar, no discutir, sin dar razones ni exponer argumentos». Entonces, como ahora, «en pocas cosas se halla más intolerancia que en las cuestiones de toros, y por lo mismo en nada son las polémicas más ardientes, así que lo mejor es ver mucho, oír más y callarlo todo, a no ser que se hable con personas imparciales o ilustradas, en cuyo caso la conversación es sumamente agradable para el verdadero aficionado». Los tres tipos de aficionados que se definieron en el 'Gran Diccionario Tauromáquico' del XIX los encontramos hoy, con exactitud milimétrica, sin una coma de más, ni de menos, en cualquier plaza de toros.

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