Barcelona puede estar orgullosa: se ha convertido en la capital de la nueva ‘kale borroka’. Debe de ser porque ya se nota la influencia de Otegui en el separatismo catalán y sobre todo en sus huestes más cimarronas, que acaso sin saberlo han batasunizado la trágica memoria de la ‘Rosa de Fuego’ convirtiéndola en una parodia. El monstruo alimentado por la radicalidad soberanista necesita expresar cada cierto tiempo su pulsión destructora y desahogar la frustración en una orgía de contenedores quemados y farolas rotas, esa violencia fotogénica que las televisiones explotan con una complacencia morbosa. El ensimismamiento nacionalista y el populismo antisistema han sumido a la otrora pujante ciudad en una crisis que atrofia su pujanza cultural y deteriora su...
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