Vuelve el pasteleo bipartidista, con la propina de rigor a sus colgajos nacionalistas y comunistas. El justiciable, el administrado y el televidente, que al final son el mismo señor sufrido al que también conocemos como ciudadano, conservan un malestar antiguo, una mosca detrás de la oreja que reposa ya incrustada. La sobrellevan, pero cuando les recuerdan la ofensa crónica, la vergüenza tenaz, saltan. Claro. Reaparece unos segundos el indignado cada vez que se procede al ritual reparto del pastel. El único modo cabal de enfrentarse a los problemas es ordenarlos, priorizar, y despacharlos de uno en uno. De ahí nuestra sensación de extrañeza cuando nos descubrimos repitiendo la misma cantinela irritada que ya cansaba un poco hace veinticinco años. ¿El enfado...
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