
La sesera se desliza hacia el Tánger de mi infancia cuando mencionan lo del Sahara. Es inevitable. Los jirones del fulgor africanista hibernaban en aquellas arenas. Con Franco supurando tubos como un ser biomecánico diseñado por H.R. Giger y el amigo americano cubriendo su espalda, a Hassan II le bastó organizar la Marcha Verde para saciar su sed de fosfatos. Con ocho años y en aquel Tánger postcolonial de los setenta, el estallido de la Marcha Verde garantizó la diversión. Morábamos en la primera planta de un edificio situado frente a la entrada del cine Mauritania. Estrenaron «Operación Dragón» y el tumulto de los fanáticos de Bruce Lee destrozó los cristales de las puertas. Acudió la pasma de la morería,...
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