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«Señora, su hijo va a ser un fracasado». Ángel Terrón estaba acostumbrado a que los profesores le dijeran esta frase a su madre. Él reconoce que las clases le aburrían, su actitud no acompañaba y optaba por sumergirse en su mundo interior. Con el tiempo ha sabido que tiene Tdah (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad), circunstancia que no le ha impedido que actualmente sea psicólogo especializado en este trastorno, director de Educa-at y autor de «Tdah. Estrategias para impulsar el desarrollo integral». En su opinión el Tdah «solo es una dificultad y no debería ser el gravísimo problema que para algunos chicos y familias supone en nuestro país». Añade que hay muchos niños y jóvenes que piensan que nadie les puede ayudar a estudiar y comportarse mejor porque ya han acudido a muchos médicos y han tenido fracasos. «Cuando me encuentro en consulta estos casos, mi experiencia les sirve porque yo he atravesado todo tipo de dificultades de falta de atención, de impulsividad... y, con mucho esfuerzo, por su puesto, se puede cambiar porque el Tdah no es un trastorno grave, es un trastorno muy común sobre el que hay que trabajar mucho y que todavía es un gran desconocido». Acabar con el secretismo Tanto Ángel Terón como Alberto Jiménez, coautor del libro, lamentan que se encuentran con muchos niños que la primera vez que les tratan les dicen «no sé si mis padres ya os han dicho que soy tonto». «Es tremendo escucharlo. La mejor reacción ante un niño que dice esto es explicarle qué es el trastorno y acabar con el secretismo que muchas familias tienen con el Tdah. Los niños deben saber que padecen una dificultad atencional que no tiene nada que ver con la inteligencia. El niño pequeño se da cuenta de que hay cosas que le cuestan más, pero no se para a pensar que tiene un problema atencional; cree, por ignorancia, que es tonto». Alberto Jiménez señala que «cuando les explicamos en qué consiste, los niños sienten alivio y, después, cuando les enseñamos estrategias para ser capaces de avanzar en su aprendizaje, ponen en práctica determinados hábitos y se sienten valiosos. El resultado es muy positivo, sobre todo cuando el colegio nos acompaña en esta labor. De lo contrario, su autoestima se hunde y toma fuerza el sentimiento de “no soy capaz de hacer nada bien, no valgo para nada”». Ambos expertos explican que la impulsividad y concentración puede mejorar, pero eso sí, requiere de los niños esfuerzo y dedicación. Sus terapias, a diferencia de muchas, se realizan en el propio domicilio. Aseguran que así se accede mejor a su forma de vida y todo se habla con mayor naturalidad y transparencia porque padres y niños se encuentran en un espacio cómodo, lo que les facilita tener más información de utilidad. De esta manera, también entran en el cuarto del niño y observan todos los detalles. «Ante una dificultad de aprendizaje o déficit atencional es muy importante, por ejemplo, que no haya presencia de elementos distractores y a veces su mesa de estudio tiene sus juguetes preferidos. Es un error», confiesa Ángel Jiménez. El problema de la lectura En cada sesión, su trabajo se centra en un abordaje integral. La primera hora trabajan a nivel académico. No se trata de hacer deberes con ellos, sino de dotarles de estrategias para que se sientan capaces de aprender y avanzar. «Un chico con déficit de atención no puede estudiar mediante la lectura y el problema es que el único sistema de estudio actual es a través de la lectura –señala Ángel Terrón–. No les sirve porque pierden mucha información por sus continuos despistes». Por ello, optan por enseñarles a secuenciar la información, hacer uso de esquemas... Un proceso para que les permite apreciar que son capaces de avanzar y observar que estudiando así van a mejorar sus resultados. Durante la segunda hora de la sesión realizan un trabajo social, conductual y emocional. «Estos chicos suelen ser muy impulsivos y hay que trabajar esta elaboración de respuesta e, incluso, a nivel académico. Nos pensamos que la impulsividad supone que tienen reacciones inesperadas, pero también implica contestar sin terminar de leer el enunciado de una pregunta». La última hora de la sesión la finalizan con la intervención familiar. El proceso se completa, además, con reuniones con el colegio para saber cómo le ven sus profesores en clase y explicarles cómo están trabajando con ellos en casa. «La coordinación en equipo es fundamental para mejorar los resultados. El problema es que nos encontramos profesores que, aunque muchos de ellos tienen la mejor intención para ayudar, carecen de herramientas eficaces para hacerlo». Subidón de autoestima El cambio en los niños es bastante rápido porque pasan de no tener un método eficaz, sentir que no son capaces de nada y que son tontos a confiar en que pueden aprender y avanzar. «Primero tienen un importante subidón de autoestima. Después, como todo chico, al ver que es capaz de aprender, le entra la relajación. A veces tienen pequeños bajones porque al relajarse disminuye su rendimiento y tenemos que estar muy alertas para trabajar con ellos el hábito y constancia para que vuelvan a coger un gran impulso». Ángel Terrón también insiste en que hay que intentar que no se monopolice todo el entorno por los estudios. «A estos chicos les va a costar más tener éxito escolar, pero son muy buenos en otras áreas. ¿Y qué hacen los padres? Decirles: “Te voy a quitar de fútbol que tanto te gusta para que tengas más tiempo para estudiar”. El estudio no puede ser la excusa de todo, hay que centrarse también en el desarrollo de habilidades». En este sentido, Alberto Jiménez añade que es habitual que si a un niño se le dan mal las matemáticas y bien la pintura se le ponga un profesor de matemáticas, y no de pintura. «Estamos muy obsesionados con las notas y, al final, influyen mucho más las habilidades que tengan y estos chicos tienen cualidades muy positivas como la creatividad, la transparencia, el esfuerzo..., pero están encubiertas porque no nos fijamos en la persona, sino en el alumno y, claro, son chicos que van a tener dificultades para los estudios». Ambos expertos señalan también que hay que partir de la base de que el niño cuando es pequeño se caracteriza por una tolerancia muy baja a la frustración. Quiere hacer en cada momento lo que le viene en gana. «La sociedad actual empuja a que consigan privilegios a muy a corto plazo como, por ejemplo, acceder a la tecnología –matiza Jiménez–. Hay que cambiar algunas cosas y hacer pequeños contratos conductuales para que aprendan que no siempre se pueden salir con la suya y sepan que hay límites que jamás se pueden pasar. Cuando son niños primero está el ocio y, después, la obligación, pero a partir de los 11 años, primero tienen la responsabilidad y, posteriormente, la obligación. No es aconsejable que lleguen a casa y estén un rato jugando porque después será casi imposible que se pongan a estudiar». Terrón añade que es importante el trabajo a nivel emocional porque el problema disruptivo no lo tienen por un tema conductual, sino por una baja autoestima. «Todo niño tiene que destacar y si no lo hace por aspectos positivos, lo hará por negativos. Actualmente hay una gran ausencia de consecuencias negativas porque parece que está mal visto y no debe ser así. Ante un mal comportamiento repetido tiene que haber consecuencias, no se puede educar a un hijo solo con refuerzo positivo». Los hermanos Los chicos con Tdah necesitan mucha atención y al volcarse los padres en ellos pueden dejar de lado a los hermanos, que son los grandes supervivientes. «Nosotros trabajamos con los hermanos de forma conjunta porque ni entienden bien lo que le pasa a su hermano, ni acaban de comprender porqué todos los recursos familiares van destinados al hermano. Les implicamos porque han aprendido a sobrevivir casi solos y sin hacer mucho ruido porque el hermano ya hace de las suyas cada día. Es importante que no se sientan desplazados porque a la larga tiene consecuencias muy negativas».
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