
Resulta posible planificar una revolución, pero es imposible controlar los dictados del corazón. Vladimir Illich Lenin se había exiliado a París, donde vivía con su esposa Nadia en un piso junto al boulevard Montparnasse, cuando conoció a Inessa Armand, una separada con cuatro hijos, militante bolchevique. Lenin tenía 39 años cuando le llamó la atención una señora con una pluma roja en el sombrero. En mayo de 1909, había acudido a una reunión de militantes del partido en el café des Manilleurs en la avenida de Orléans. Llevaba casado 11 años con Nadia y nunca se había sentido tentado por otra mujer. Pero se fijó inmediatamente en Inessa, una seguidora nacida en París que hablaba perfectamente ruso porque había vivido en Moscú desde su infancia. Ella tenía 35 años. Inessa acudió a la reunión por invitación de su amiga, una veterana exiliada llamada Elena Stasova, y quedó prendada por la oratoria del líder bolchevique, al que había leído pero no había visto nunca. Más tarde, confesó que se había sentido intimidada cuando les presentaron ese mismo día. Lo que más le llamó la atención a Inessa fue su extraña mirada a causa de su miopía y su tic de cerrar los ojos. A lo largo de los siguientes 12 meses, se sabe que Lenin e Inessa se vieron con frecuencia en encuentros y actos bolcheviques. Se desarrolló una relación de creciente confianza, de suerte que ella, que usaba el francés como lengua natal y dominaba el inglés, empezó a trabajar como su traductora personal. Para sorpresa de sus compañeros, Lenin la nombró delegada de su formación ante el Partido Socialista Francés, un cargo de extraordinaria relevancia. «Te amaba, pero no estaba enamorada de ti en ese momento», le confesó a Lenin años después. Inessa era hija de un cantante de ópera y de una inglesa. Ambos se separaron y, poco después, su madre quedó viuda, con tres hijos y sin fortuna. Su hermana se llevó a la pequeña a Moscú, donde fue educada en los mejores colegios. Se casó a los 19 años con el descendiente de una saga de industriales textiles que le dio su apellido. Pero ella rompió su matrimonio y se exilió a París en 1908 tras haber sido desterrada a una región del Mar Blanco por su oposición al zarismo y sus simpatías con los bolcheviques. La relación entre Lenin e Inessa se fue estrechando hasta que en un determinado momento se convirtieron en amantes. Sus compañeros y la Ojrana, la policía secreta zarista, daban por hecho que había un vínculo amoroso. «Todavía la veo saliendo del apartamento de Lenin. Parecía un manantial de vida inagotable. Era la llama ardiente de la Revolución», señaló Grigori Kotov, un camarada del exilio. Victor Sebestyen, el biógrafo de Lenin, sostiene que la amistad se trocó en un apasionado romance en el verano de 1910. El dirigente comunista había hecho una excusión en bici hasta Longjumeau cuando vio unos talleres abandonados. Decidió comprarlos para instalar una escuela de formación de las bases, al igual que había hecho Trotski. En unas pocas semanas, logró rehabilitar el local e iniciar su actividad. La administradora era Inessa Armand, mientras que Zinoviev y Kamenev figuraban como profesores. En esos momentos, se produjo una fuerte crisis conyugal entre Lenin y Nadia, que, según los testimonios de la época, era una mujer descuidada, gruesa, que vestía austeramente y llevaba un sombrero que resaltaba su mal gusto. La esposa no podía competir con la atractiva, refinada y desinhibida amante. Charles Rappaport, un simpatizante inglés que vivía en París, aseguró que «Lenin estaba loco por ella, no podía dejar de mirarla y parecía hipnotizado ante su presencia». Nadia era muy consciente de los sentimientos de Lenin y le ofreció una separación amistosa. Pero el líder bolchevique se negó. Tenía mala conciencia por su conducta, pero no quería dejar a Inessa. Su amante francesa no puso ningún obstáculo y aceptó este peculiar «mènage á trois». No deseaba hacer daño a Nadia, por la que sentía cariño y comprensión. La esposa del revolucionario quería a los hijos de Inessa como si fueran suyos. Lenin, que odiaba París, emigró al año siguiente a Cracovia y, unos meses después, allí se trasladó Inessa con su prole. Luego le siguió a Zúrich. Junto a Zinoviev y Kamenev, Inessa estaba en el tren sellado que Lenin tomó en la frontera alemana para volver a Rusia. Tras el triunfo de la Revolución en 1917, Lenin la nombró al frente del secretariado de la Mujer. Murió tres años después, dejando consternado al líder bolchevique, al que se le vio muy emocionado en el funeral, temiendo incluso sus amigos por su vida. Inessa fue enterrada en el Kremlin como una heroína de la Revolución, cerca de Lenin, que abandonó este mundo cuatro años después.
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