
Como cada día, el primer presidente de Gobierno de Franco, Luis Carrero Blanco, asistió el 20 de diciembre de 1973 a la misa de nueve en la iglesia parroquial de San Francisco de Borja de los padres jesuitas, situada en la calle de Serrano, 104. Una vez terminada la eucaristía, a las nueve y veinticinco, el almirante subió a su coche oficial estacionado frente a la puerta. En el Dodge Dart «3700 GT» de color negro le esperaban el conductor, José Luis Pérez Mogena, y el policía de escolta Juan Antonio Bueno Fernández. Seguido de un coche de escolta ocupado por tres inspectores, el vehículo emprendió el camino habitual: siguió por parte izquierda de la calzada de Serrano hasta llegar a Juan Bravo, donde torció a la izquierda para tomar la calle de Claudio Coello. Carrero Blanco regresaba a su domicilio de la calle Hermanos Bécquer, 6, a desayunar. Todas las mañanas, a la misma hora, completaba el mismo recorrido . El «comando Txikia» de ETA conocía bien sus costumbres, tan inamovibles como sus convicciones. Los terroristas lo tenían todo preparado: habían alquilado un sótano en el número 104 de Claudio Coello y excavaron un túnel hasta el centro de la calle, donde colocaron ochenta kilos de goma-2 que conectaron con un cable que atravesaba la vía hasta la esquina de la calle. Marcaron una raya roja en una pared de la calle para indicar el lugar exacto donde debía producirse la explosión. A las 9,36 horas, cuando el coche acababa de cruzar la calle Maldonado, José Miguel Beñarán, alias Argala, activó la bomba. El suelo se abrió y una nube negra llegó hasta los tejados. El coche de Carrero Blanco se elevó más de 20 metros, saltó por encima del edificio de los jesuitas y tras chocar con una cornisa quedó empotrado entre la barandilla y una pared del patio interior. En la calle Claudio Coello quedó un cráter de ocho metros y medio de diámetro y tres de profundidad. Francisco Moreno y Herrera, conde de los Andes, fue testigo de excepción del atentado. El colaborador de ABC tuvo oportunidad de subir hasta la terraza donde quedó el automóvil en el que viajaba el almirante. «Efectivamente, he tenido la oportunidad de ver el coche del presidente -afirmó a este periódico-. Yo estaba en mi casa y un amigo me llamó para darme la noticia del suceso. Entonces salí para ir a ABC y me encontré en la calle con mi amigo el teniente de alcalde don Ezequiel Puig Maestro Amado, que se dirigía al lugar del suceso. Me invitó a acompañarle y fui con él hasta la calle de Maldonado, esquina a Claudio Coello. Así pude subir hasta la terraza del edificio, hasta donde saltó por aires el automóvil del presidente del Gobierno. El automóvil estaba convertido en un impresionante "retortijo" de hierros; algo tremendo, impresionante, como nunca había visto. Parece imposible que de allí hubieran podido sacar tres cuerpos enteros. Estaba todo lleno de policías. Vino con nosotros también el padre Gómez-Acebo, que estaba profundamente emocionado, consternado él estaba en su celda, que precisamente da a la terraza hasta la que saltó el coche, cuando se produjo la explosión. De manera que al volver la cabeza hacia la ventana para ver qué pasaba vio el coche volando como un bólido por los aires. Y él fue quien dio, como digo, la extremaunción al señor Carrero , que estaba todavía con vida. Los otros dos estaban ya muertos (aquí erró el testigo pues el chófer aún agonizaba). El propio padre Gómez Acebo me ha comentado que Carrero Blanco iba todos los días, sin excepción, a misa de nueve. La explosión ha tenido que ser tremenda para elevar el coche hasta esa altura. Y no cayó al patio central porque tropezó con la cornisa, que hizo que se parara el golpe. Por eso quedó en la terraza, convertido en añicos. Parece como si hubieran laminado el automóvil». El exministro Gregorio López Bravo se encontraba en la iglesia de los jesuitas cuando se produjo la explosión. «Fue él, en compañía del padre Javier de Santiago, quien ayudó a extraer los cuerpos de las víctimas en la terracilla donde se había estrellado, y quien atendió, en los primeros instantes, al presidente del Gobierno», informó ABC. Carrero Blanco sangraba por la nariz y el oído, pero tenía el rostro sereno, los ojos cerrados. Sin embargo, estaba destrozado por dentro. Los servicios de emergencias lo trasladaron de urgencia al hospital «Francisco Franco» (hoy Gregorio Marañón), donde llegó ya cadáver. Visiblemente emocionado, López Bravo abandonó el lugar de los hechos a los pocos minutos de haberlo hecho la ambulancia. Paulina Botella, secretaria de Redacción de «Blanco y Negro» que durante años coincidió con Carrero Blanco en la misa de nueve de la iglesia de San Francisco de Borja, aún no había abandonado el templo cuando se produjo la explosión. Este fue su relato: «Cuando yo entré, a las nueve y diez, en la iglesia, Carrero, con su abrigo gris, estaba, como cada día, en el mismo sitio de siempre, hacia la mitad de la nave anterior. Habría entrado, como era su costumbre, por la puerta principal, es decir, por Serrano, donde quedaba el coche esperándole. Comulgó delante de mí, con su habitual recogimiento, sin beatería. La misa fue corta puesto que las preces del día eran breves. Carrero esperaba siempre a que el sacerdote se retirase del altar e inmediatamente se dirigía a la salida de Serrano, con su paso firme y acompasado. (...) Después de la misa yo permanecí unos instantes más en el templo. Serían las nueve y veinticinco cuando el puñado de personas que nos encontrábamos en el interior fuimos sobrecogidas por una tremenda explosión, seguramente agrandada por la altura de los techos del templo. Sobrecogida, inmediatamente pensé en Carrero, pero en seguida deseché la idea. Sabía que él se marchaba en cuanto acababa la misa, mil veces habíamos coincidido en la puerta, y en esta ocasión habían pasado varios minutos. pera mí, el coche de Carrero debía estar Serrano adelante. No sabía que giraba por Juan Bravo para tomar Claudio Coello. Todo esto lo pensé en una décima de segundo. Muy cerca de mí estaba el exministro López Bravo. Con serenidad se colocó en un ángulo con las manos atrás mirando hacia arriba. Todos temíamos que las bóvedas se derrumbaran. Salí al claustro, allí coincidí con el sacerdote que había dicho la misa, ya vestido de sotana. Sin cruzar palabra, instintivamente dirigimos la vista hacia la parte superior del patio. Sobre el claustro, a la altura del segundo piso, sobresalía un voluminoso objeto, negro y brillante con un punto niquelado. El sacerdote exclamó: "Es un coche". En efecto, era un coche. Después comprendería que el jesuita y yo fuimos las primeras personas que contemplamos el coche oficial, destrozado. Pero en aquel momento, aturdida aún, sin comprender nada, seguí mi camino. Crucé la calle de Maldonado sin fijarme en los cascotes que había en el suelo. Desde la otra acera miré hacia Claudio Coello. La casa de la esquina aparecía con algunos destrozos y me pareció que del tejado salía humo. Seguramente era polvo. Creí que allí había sido la explosión, sin asociarlo al coche que acababa de ver en el tejado. En aquel momento se me acercó un policía armado que subía por Maldonado y me dijo: "Señora, no se detenga aquí. Se puede repetir la explosión y caerle alguna piedra". Me di cuenta de que a mis pies había varias de buen tamaño. Bajé a Serrano, me vine al periódico y avisé a los fotógrafos que acababa de producirse una explosión en Claudio Coello. Mi angustia grande fue cuando nos llegaron noticias de lo que realmente había ocurrido». También José María Pérez Herrero, vocal del Consejo Superior de la Vivienda, se hallaba en el templo en el momento del atentado. «Estaba en la capilla del Santísimo que se encuentra en la parte que da a la calle Maldonado con una señora y un religioso. Serían las nueve y veinte o nueve y veinticinco, cuando se produjo la enorme explosión. Tuvimos la impresión de que se había producido debajo de nosotros y que el templo se iba a venir abajo. Me dirigí inmediatamente al exterior, en dirección donde yo creía que se había producido la explosión. El patio que se encuentra entre el templo y la calle de Maldonado apareció lleno de cascotes. Miré hacia arriba y vi un automóvil destrozado que estaba pendiendo sobre el pretil y asomaba sobre la terraza. En ese instante no podía imaginar que se trataba de un criminal atentado contra el presidente del Gobierno. En la calle nadie sabía lo que había pasado. Cuando trataba de hacer lo que pudiera en favor de las víctimas vi a un hombre herido. En vano tratamos de que fuera trasladado a una clínica. No quiso moverse de allí. Momentos después, y cuando ya se había reunido bastante gente, corrió la noticia: el automóvil que había volado por la explosión era el del almirante Carrero Blanco». ETA convocó esa misma noche en Bayona a informadores de Prensa y radio para reivindicar la autoría del magnicidio. Radio París interrumpió sus emisiones para comunicar la declaración de los terroristas. La «Operación Ogro» que había acabado con la vida del hombre de confianza de Franco y la del conductor y el escolta que le acompañaban fue un atentado de película tan perfecto que suscitó dudas. Desde entonces se ha escrito mucho sobre las supuestas facilidades que tuvo ETA para preparar el magnicidio y se ha especulado con la visita a España del secretario de Estado de EE.UU. Henry Kissinger apenas 24 horas antes del atentado, sugiriendo una intervención de la CIA para acelerar la transición democrática. Algunos aún sostienen que hay puntos que no cuadran. El asesinato de Carrero Blanco es hoy Historia... y leyenda.
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