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Ahora que los huesos de santo han abandonado, junto con los buñuelos, nuestras pastelerías hasta el próximo mes de noviembre, se están buscando con ahínco otros huesos de santo, pero de nuestras letras, ni más ni menos que de don Pedro Calderón. Mira que uno adora a Lope, pero en el teatro del Siglo de Oro no hay otro como Calderón. Cuando buscamos con tanto afán los huesos de uno de nuestros fetiches culturales es que llevamos siglos sin hacer los deberes de honrar a nuestros clásicos, y eso no trae más consecuencias que desunión y caos. Shakespeare, que siempre tuvo ese halo fantasmagórico que tanto encanto e interés le da, está enterrado como Dios manda en su natal Stratford-upon-Avon, donde recibe los honores que se merece. ¿Podremos algún día, si el georradar acaba localizando los restos del autor de «La vida es sueño», rendir el culto debido al gran Calderón? España es un país muy cicatero con sus genios. Está acostumbrado a minusvalorar el legado que dejaron a la humanidad, incluyendo su esqueleto. No me imagino peregrinaciones masivas a la parroquia madrileña de Nuestra Señora de los Dolores, si es que por fin se encuentran los restos. El apóstol Santiago era el santo patrono de las Españas, y ahora lo descabalgan de su caballo blanco en los blasones que lo honraban y descreen de su presencia numinosa en Clavijo (o donde fuere en que apareció para decidir la batalla), y arramblan con todo lo que huela a mythos, pero sin que el logos lo sustituya, lo que produce un vacío que crece en intensidad hasta hacerse tan unánime al menos como los cisnes de Rubén. Y eso no puede ser bueno para nuestro país, si es que «nuestro» país sigue existiendo. Junto a Calderón, ha habido otros patronos laicos cuyos huesos no acaban de aparecer. Pienso en Cervantes y en la búsqueda infructuosa de sus restos en el convento de las Trinitarias, o en los despojos de Lope, desalojados de su enterramiento en sagrado para ir a parar a la fosa común. No. Definitivamente debemos aprender a caminar sobre los hombros de nuestros gigantes y a no considerar viejo lo antiguo. Y dejar de ningunear a nuestros ídolos de una santa vez.
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