Entre lo pésimo y lo malo suelen jugarse las decisiones de los hombres. A quienes raramente se da ocasión a optar entre bueno y malo. Todo en sus vidas se juega en un laberinto de grises. Si somos animales éticos, lo somos en la medida en que aprendemos a dar en él con los senderos menos devastadores para todos. Y, frente a los excesos retóricos -¡tan gratificantes, tan simples!- que la Constitución vigente levanta, deberíamos empeñarnos hoy en hacer balance frío. Nunca más que ahora parece de supervivencia aplicar el adagio clásico: no busquemos en las acciones humanas ocasión de burla, alegría o rechazo; comprendámoslas. Y así, tal vez, algo podamos mejorar en ellas. Sin fantasías de retorno al punto de...
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