Así fue la fuga de película de la cárcel del Piojo

La fuga de Jonathan Moñiz Alcaide, el delincuente conocido como «El Piojo», de 36 años, y de su hermano Miguel Ángel llevaba preparándose, al menos, semanas. Así lo consideran las distintas fuentes consultadas, que se muestran igualmente convencidas de que la banda contó con ayuda exterior. Además, no creen que la versión aportada por el tercer sujeto implicado, Adrián Muñoz, otro delincuente de la banda de butroneros, que después de ser detenido en la escapada manifestó que su papel era solo el de servir de «señuelo» para despistar a los servicios de vigilancia de Madrid III (Valdemoro) y que los Moñiz pudieran escapar, como al final consiguieron. Este domingo, ambos sujetos se encontraban aún en paradero desconocido y el operativo de búsqueda en marcha al cien por cien. ABC ha tenido acceso a los detalles de la secuencia de los hechos. Los hermanos Moñiz y Adrián Muñoz llevaban medio año en el penal, por el que ya habían pasado con anterioridad. Conocidísimos y peligrosos butroneros (habían intentado arrollar a varios guardias civiles en sus temerarias escapatorias, lo que llevó al Piojo a recibir un disparo de un agente la pasada primavera), se encontraban encerrados en el módulo 9. El que los funcionarios consideran, junto al 8, el de los presos más conflictivos y que han apodado como «la Cañada Real», por la cantidad de toxicómanos y miembros de clanes de ese poblado de la droga que ha albergado. El día a día carcelario En el día a día, Jonathan y sus colegas se dedicaban a hacer tareas de limpieza en zonas comunes y baños, repartían comida, se entretenían con puzles y poco más. De los 80 o 90 reos del módulo 9 no eran precisamente los que más quebraderos de cabeza daban a los funcionarios, otra cosa es su relación con otros penados. Como suele ocurrir en otros casos, al ser hermanos, Miguel Ángel y Jonathan compartían celda. Quizá esa aparente «normalidad» en su día a día carcelario les ayudó a pasar desapercibidos e ir preparando su plan al milímetro, con la experiencia a sus espaldas de cómo trabajan los grandes butroneros españoles. Los investigadores sospechan que habían transmitido a personas de su entorno sus intenciones. Necesitaban un coche que les esperara fuera. De hecho, salieron al exterior por el mismo punto donde, hace más de veinte años, tres internos intentaron escapar, aunque entonces no consiguieron saltar el segundo muro de protección, pues cayeron al foso. Pero el Piojo y su hermano sí que lo han hecho, convirtiéndose en los primeros fugados de Valdemoro en los 29 años de existencia del penal madrileño. Algo inaudito. Se cree que los butroneros entraron días antes en el llamado cuarto de maletas, donde se almacenan las pertenencias que los presos no pueden tener en sus celdas (cuya cerradura forzaron quizá con una llave que ellos mismos se fabricaron), por donde descolgaron varias sábanas anudadas. Serraron los barrotes, que además estaban ya oxidados previamente. De hecho, el día de la escapada, entre las 6 y las 7 de la tarde del sábado, no se hallaron herramientas en la zona. Conocían perfectamente la distribución de su entorno. Se descolgaron hacia un tejado interior, donde se encuentra la bóveda bajo las que se distribuyen los distintos módulos. Caminaron sobre él unos cien metros, hasta el de aislamiento, que está vacío y es el más bajo, y burlaron el sistema de detección por ondas. El sábado se habló de que saltaron el muro exterior con sogas, aunque algunas fuentes apuntan a que lo hicieron con unas bolsas enlazadas. Tanto el descendimiento desde la ventana, de unos 6 metros (es un primer piso, sobre otra entreplanta), como el del último muro, de 7, les llevó unos veinte minutos. Ya se han revisado las cámaras de seguridad. Se sospecha que salvaron las concertinas del muro quizá con ropa que llevarían en mochilas. El funcionario de la torre se percató de lo que ocurría, avisó a la Benemérita, y apresaron a Adrián. Los prófugos corrieron por un camino trasero y, cuando la Guardia Civil, encargada del perímetro exterior, llegó al lugar, se habían esfumado. Les buscan, entre otros lugares, en sus zonas familiares y de «trabajo», como Illescas (Toledo) y el Ventorro de la Puñalá (Villaverde).

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