
Jamás me ha tocado un patacón en la lotería. Este año tampoco, por supuesto. Debo formar parte de una saga de perdedores patológicos, porque a mi padre, que era más entusiasta de los décimos que yo, le ocurría lo mismo, y a mis abuelos. Las empresas donde he trabajado que jugaban a un número del Gordo perdían de antemano su tiempo y dinero, pues al tenerme en plantilla quedaba garantizado que allí no tocaría. Juego solo por cubrir el expediente social. Sé que no voy a rascar ni la pedrea. No tengo suerte. Nunca saldré en los telediarios dando saltitos sincopados delante de una administración de Lotería, asperjado por el cava de emergencia del súper de al lado y con...
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