En uno de sus discursos más famosos, Greta Thunberg dijo en Nueva York que «debería estar en la escuela». Pues bien, acaba de anunciar que da por terminado el año sabático que se tomó para dedicarse en cuerpo y alma a la protección del clima y retoma su actividad escolar. Así lo ha proclamado en las redes sociales la adolescente sueca, que el pasado 3 de enero cumplió 17 años y que no tiene todavía el graduado escolar que le permitiría acceder a una formación profesional o a la universidad. Sin embargo, no sabemos a qué colegio se incorpora. El curso en Estocolmo comenzó hace ya varias semanas y allí no ha sido vista. Su estrategia de comunicación parece haber dado un giro y Thunberg guarda ahora su intimidad con algo más de celo. Tampoco ha comentado nada sobre su actual estado de salud, después de haber posteado en marzo que tenía síntomas de coronavirus y que se había confinado en casa. Inmediatamente antes de volver a los libros, pasó por Berlín y fue recibida por Angela Merkel. En este último acto de su vida pública llamó poderosamente la atención la delgadez de la niña y surgieron rumores sobre una posible recaída en la anorexia. Estos son temas que hasta hace no mucho eran públicamente tratados, tanto por ella como por sus padres, pero que parecen haber pasado al plano de la intimidad. La crisis sanitaria dio al traste con buena parte de su programa de año sabático, no solamente por su salud, sino también por las medidas de restricción, que en Suecia no han sido muchas pero igualmente han obligado al movimiento Fridays for Future a permanecer congelado. La capacidad de iniciativa de Greta también ha disminuido. Si vino a Berlín fue porque Fridays for Future Alemania cargó con el peso organizativo dela visita y, una vez concedida la audiencia con Merkel, fue presionada para no faltar a la cita. En la rueda de prensa posterior, además, no mostró la beligerancia e incluso ferocidad a las que nos tenía acostumbrados. Greta parece haber reducido las revoluciones por minuto de su lucha y se limitó a reconocer la labor de los activistas alemanes y el esfuerzo realizado a nivel mundial, considerando todo un éxito el hecho de haber forzado a la Unión Europea a declarar la emergencia climática. Atrás queda un año repleto de hitos mediáticos, como la citada visita a Nueva York en agosto de 2019, tras un viaje en barco de casi cinco mil kilómetros, su intervención ante la ONU en septiembre, una huelga mundial por el clima, un mitin en Canadá y casi un centenar de eventos en ciudades de todo el mundo. Toda esta atención recibida, aunque deseada, ha ido haciendo mella a lo largo de los meses. Greta ha confesado que se sentía afectada por la cantidad de medios de comunicación y particulares ocupados en «ir detrás de mí, mi apariencia, mi ropa, mi comportamiento y mis diferencias». Se ha reconocido «contrariada» y «agobiada». Llegó el coronavirus y todo lo truncó A partir de diciembre del año pasado, sus planes se torcieron. Primero hubo de cancelar un segundo viaje en barco y los disturbios en Chile la obligaron a cancelar también la intervención que había programado en este país. La realidad global, que no se ciñe al problema climático, comenzó a imponerse sobre su agenda. Después llegó el coronavirus y puso fin definitivamente a sus planes. El tono de sus seguidores también se ha rebajado. La pandemia ha hecho entender a los apasionados adolescentes algo que un año atrás hubieran negado en redondo: que hay asuntos más urgentes e incluso importantes que proteger el clima. «Comprendemos que el mundo es complicado y que lo que estamos pidiendo es muy difícil, que puede ser visto como poco realista, pero eso no quiere decir que vayamos a renunciar a llamar la atención sobre el hecho de que nuestra sociedad será incapaz de sobrevivir al calentamiento global al que nos estamos dirigiendo», dice la líder de Fridays for Future en Berlín, en un nivel de exigencia más civilizado. Los enormes resultados de este año sabático, cuya financiación sigue sin estar muy clara, son sin embargo innegables. Greta ha obligado a gobiernos de todo el mundo a volver la mirada sobre el clima, ha forzado multimillonarias inversiones estatales a cargo de los contribuyentes e incluso ha sido capaz de forzar un estado de alarma en la UE. Ella, de todas formas, sigue viendo mejor el lado negativo. En Berlín hizo balance y apuntó que «en estos dos últimos años el mundo ha emitido 80 billones de toneladas de CO2. Hemos visto desastre naturales en todo el planeta, se han perdido muchas formas de vida, y esto es solo el principio, por lo que el balance no puede ser positivo».
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