De un tiempo a esta parte se ha popularizado el conocido como «fútbol moderno», un término que se utiliza, normalmente de forma despectiva, para referirse a ese fútbol en el que prevalece más la industria que el deporte, el dinero que la pasión. Un fútbol, dicen sus críticos, donde el negocio es igual o más importante que lo que ocurre en un terreno de juego. Sin embargo, este concepto etéreo en su uso y definición encuentra para muchos su concreción en partidos como el que se disputa hoy en la Bundesliga. Bayern de Múnich contra RB Leipzig, primero contra segundo, dos semifinalistas de la pasada edición de la Champions frente a frente. Un gran duelo entre dos equipos que no pueden contar con una historia más distinta. Del Bayern poco se puede decir. Con más de cien años de tradición, el conjunto bávaro ha ganado treinta ligas, las ocho últimas de manera consecutiva, y es la pareja con la que nadie quiere bailar. Su dominio se extiende más allá de sus fronteras, por Europa, donde también se ha ganado fama de ogro tras conquistar seis veces la Champions, la última de ellas en agosto. Una institución donde todo parece funcionar como un reloj suizo, pero que incluso cuando no es así, como pasó hace un año con el despido de Niko Kovac, se termina la temporada con un triplete en verano. En Alemania, donde su hegemonía resulta hasta aburrida, su fórmula es cristalina: barrer el mercado nacional y fichar a los mejores de los equipos rivales, aunando reforzamiento propio y debilitamiento rival. Así pasó con Neuer (Schalke 04), Süle (Hoffenheim), Pavard (Stuttgart), Goretzka (Schalke 04), Gnabry (Werder Bremen) o Lewandowski (Borussia Dortmund), integrantes de la plantilla actual. Todo gracias a un músculo económico que el Bayern exhibe sin complejos. Un «modus operandi» que podría desatar la animadversión del resto de la Bundesliga, pero que paradojicamente ha preferido centrar su ira en otro lado: el RB Leipzig. Construyendo un campeón A 400 kilómetros de Múnich está Leipzig, una ciudad de Sajonia hacia donde apenas se dirigían las miradas futboleras hace escasos años. Fue en esta localidad donde la marca de bebidas energéticas Red Bull decidió extender su negocio deportivo. Tras hacerse antes con el RB Salzburgo austriaco, hizo lo propio con el SSV Marktrasadt, de la quinta división alemana. Lo refundó como RasenBallsport Leipzig, en la práctica RB Leipzig, donde la referencia a la marca del toro es evidente. Esto es así porque la Bundesliga prohíbe nombrar a un club con el nombre de una marca, así que buscaron una argucia legal para dejar al menos las iniciales. Eso sí, ambos clubes comparten símbolos y colores, identificados con los de la marca. Para el RB Leipzig, el objetivo de la propiedad era llegar a la élite en pocos años, y vaya si se logró, convirtiéndolo incluso en el primer equipo de una zona de la antigua República Democrática Alemana que se codea entre los grandes del país. Se trata, por tanto, de un club construido de la nada a base de inyectar grandes sumas de dinero por parte de una multinacional. Una nueva manera de llegar a la cúspide que muchos ponen de ejemplo del tan odiado «fútbol moderno». De hecho, este rechazo hacia el RB Leipzig se ha palpado en Alemania desde su nacimiento, pero sobre todo con su ascenso a la Bundesliga en 2016. Fue entonces cuando las hinchadas rivales empezaron a lucir mensajes como «Nein zu RB» (No al RB Leipzig) y cada visita se convirtió en un infierno. En uno partido contra el Dynamo Dresde se llegó a ver por las calles una cabeza de un toro muerto para evidenciar el repudio al club de Red Bull («Toro rojo», en inglés). Sin embargo, este odio no parece haber afectado al RB Leipzig, que continúa su meteórico ascenso en el fútbol mundial. Las dos temporadas anteriores logró terminar en un meritorio tercer puesto que le dio el billete para la Champions, donde, para sorpresa de muchos, llegó hasta semifinales tras eliminar al Atlético. Solo el PSG le privó de una final en la que se habría cruzado con su rival de hoy. Ahora bien, la fórmula del RB Leipzig no tiene nada que ver con la del Bayern. En su plan de crecimiento no destacan los grandes traspasos, sino que está basado en el fichaje y promoción de jóvenes talentos que utilizan al club como trampolín hacia nuevos destinos. Así pues, el RB Leipzig cuenta con la segunda plantilla más joven de las grandes ligas (23,8 años de media). Por la juventud destaca incluso su técnico, Julian Nagelsmann, que a sus 33 años lleva ya cinco temporadas entrenando en Alemania, donde empezó en el Hoffenheim. Sus métodos han sido ampliamente elogiados e incluso fue tanteado por el Real Madrid para sustituir a Zidane tras su renuncia en 2018. Comparado con Mourinho por algunos analistas, de Nagelsmann se destaca su capacidad para influir en los partidos desde el banquillo y la importancia que le concede a la faceta mental de sus futbolistas. Esta temporada, o quién sabe si quizá la siguiente, el RB Leipzig tendrá que asumir la realidad de su crecimiento y verse ante la situación de competirle al Bayern de tú a tú. De momento, si hoy ganara en el Allianz Arena adelantaría a su rival de Múnich y se colocaría primero. Noventa minutos para decidir el liderato de la liga y para enfrentar dos modelos: uno basado en una tradición centenaria, la del Bayern, y otro fruto de una construcción contemporánea, la del RB Leipzig. Un David contra Golliat en el que cada equipo puede escoger el disfraz que más le convenga, pues los dos tienen motivos para vestirse de ambos.
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